El invencible verano de Liliana. Una novela del feminicidio

El invencible verano de Liliana. La novela sobre el feminicidio de una hermana

Las niñas nacidas a finales de los años sesenta y en primera mitad de la década de los setenta del siglo pasado crecimos acostumbradas a que la agresividad y la violencia eran sinónimo de cariño,  de amor  y que, además era por “nuestro bien”, el concepto del feminicidio estaba muy lejos de ser concebido.

Se nos inculcó la idea de que era preferible que tus papás o tus abuelos/as te “agarraran a golpes” por alguna travesura o algún desacato a una orden dada a que te “regañaran con palabras hirientes”.

Nuestra lógica era que los golpes y algún moretón dejado por la paliza recibida, se quitaban con los días, no así las palabras que se quedaban instaladas en nuestras mentes o en nuestros pequeños corazones.

En el kínder o en la primaria, cuando algún niño nos golpeaba, nos jalaba el cabello, nos pellizcaba o nos empujaba sin motivo aparente, nuestras primas  más avezadas o alguna tía con experiencia amorosa, nos consolaba diciéndonos “es que el niño te quiere y es su manera de decirlo”.

Esos fueron los tiempos en que vivió,  creció y murió Liliana Rivera Garza y como bien apunta su hermana Cristina en la novela El invencible verano de Liliana, en esos años no había manera de nombrar la agresividad y la violencia hacia las mujeres, al contrario, existía la idea muy arraigada de que, si alguna muchacha era maltratada por el novio, golpeada por el marido, asesinada o violada, era por su culpa, por cómo se vestía, por no acatar las órdenes del marido, por andar de coqueta o como revela Cristina en esta novela que cuenta la historia del feminicidio de su hermana Liliana, “es que sus papás le dieron mucha libertad al permitirle vivir sola”.

¿Por qué me tardé tanto? Se recrimina Cristina en la página 20 de esta historia hermosa en la medida de su  dolor y de su tragedia por el feminicidio de su hermana.

”Pasan tantas cosas en treinta años. Pasa la muerte, sobre todo. No deja de pasar. Los feminicidios de miles y miles de mujeres. Sus cadáveres aquí rodando. Atrás del hombro. En los pliegues de las manos, que se aprietan”.

Me llama la atención el segundo epígrafe que eligió Cristina para compartirnos  a detalle los sentimientos, las emociones, los novios, la vida cotidiana, los amigos,  las aventuras amorosas tanto con chicos como con chicas, los diarios,  los  poemas,  las últimas anotaciones que escribió su hermana de tan solo 20 años, estudiante del séptimo semestre de Arquitectura en el Instituto Politécnico Nacional, “asesinada el 16 de junio de 1990 en la Calle Mimosa 658, colonia Pasteros, Delegación Azcapotzalco”, por su exnovio Ángel González Ramos.

Digo que me llama la atención el segundo epígrafe: “el tiempo lo cura todo, excepto las heridas”, de Chris Marker, pues es una sentencia que condena a un  lugar nunca feliz y desesperanzador. ¿El dolor es una sentencia para pagar toda la vida? Pienso que no.

Pienso que el tiempo si cura el dolor y las heridas, incluso las infinitas pero si va acompañado del habla, no del hablar por hablar, sino del habla como  lenguaje curativo. Hablar con las herramientas que hoy tenemos las mujeres, hablar desde el proceso de sanación, nombrar las cosas, gritar, berrear, llorar, insultar, derrumbarse, caerse toda, porque ahora, a diferencia de hace treinta años, tenemos las categorías, tenemos los protocolos, tenemos la lucha, tenemos las calles, tenemos a mujeres como Cristina que nos enseña a través de su proceso y que nos dice, esto apenas empieza. La nueva literatura e identidad nacional será contada por mujeres.

Está por demás decir que la novela El invencible verano de Liliana, está narrada de manera magistral, con esa voz potente, clara y desconcertante puntuación de Cristina Rivera Garza, dueña absoluta de su constelación poética, que la convierte en la narradora actual más importante de México.

Sin duda hay y habrá cientos de reseñas sobre la novela, escritas desde el esteticismo cola de serpiente, sin embargo considero que la aparición de esta novela y el valor de Cristina, debería ser un parteaguas también para la crítica mexicana, anclada y estancada en un esteticismo sin rumbo y sin sentido, dando vueltas a conceptos que no aterrizan nunca en la realidad brutal que nos derrumba a cada paso.

Más Cristinas por favor

Hoy tenemos las estadísticas, mas no el conteo doloroso de cuántas Lilianas hay en el país. Digo conteo porque me parece más cercano a lo humano y no estadísticas porque son un número sumarios, fríos; pero no sabemos cuántas Cristinas hay y seguirán habiendo sin que su dolor sea escuchado, arropado, validado tanto en el acontecer privado como en la vida pública, porque las emociones ya deberían considerarse parte del ser plural, del ser político, social y cultural del país.

Es tiempo de mirarnos desde adentro,  de escucharnos hacia adentro porque  es ahí donde está el mal mayor de este tiempo como bien lo apunta  Byung-Chul Han, nuestra enfermedad es neuronal y hacia afuera no hay cura alguna.

 Por eso es tan vital, tan necesario hablar como lo hizo Cristina Rivera Garza porque la única cura que tenemos los humanos ante el dolor, es el habla.

 El tiempo cura las heridas cuando empieza el habla, mientras más nos tardemos en  pronunciar y nombrar el nombre de la persona amada fallecida, ya sea en suicidio, víctima de un feminicidio, de la violencia, del crimen organizado, de un trágico accidente, de una enfermedad terminal, etc; más nos tardaremos en probar que el tiempo lo cura todo, incluso las heridas.

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