Una mujer en la guerrilla mexicana: La historia de Lourdes Uranga | 3ra parte

El 27 de septiembre de 1971, los integrantes del Frente Urbano Zapatista secuestraron al director de Aeropuertos y Servicios Auxiliares, Julio Hirschfeld Almada, elegido como objetivo del primer secuestro político en México, no sólo por ser un alto funcionario, sino por sus vínculos con el capital internacional y con la cúpula priísta.

Para lograr este objetivo, tres comandos del FUZ trabajaron simultáneamente, de forma coordinada; sus integrantes usaron disfraces para proteger su identidad; también se aseguraron de cambiar de vehículos continuamente para evadir a la policía. Entre los integrantes del grupo guerrillero se encontraba Lourdes Uranga.

La exintegrande del FUZ nos ha contado ya, en la primera y segunda parte de esta entrevista, cómo era su vida antes de la guerrilla y las razones que tuvo para unirse al movimiento guerrillero. En esta tercera parte relata cómo fue su detención, su paso por la cárcel de mujeres y, sobre todo, nos habla de qué cosas ha podido perdonar y cuáles no.

La persecución y la captura del FUZ

El secuestro fue un éxito aparente. El grupo guerrillero obtuvo los 3 millones de pesos solicitados a cambio de liberar al funcionario. Luego de su liberación, Hirschfeld Almada declaró que en los tres días que permaneció con sus captores no recibió ningún golpe o trato humillante. Los miembros del FUZ que participaron en el secuestro no correrían con la misma suerte.

Una vez que el funcionario fue puesto en libertad comenzó la cacería. “Cuando nos dimos cuenta que estaban persiguiendo a mi hermano y que su casa estaba tomada –recuerda Lourdes Uranga–, decidimos todos irnos a mi refugio que nadie conocía, absolutamente nadie”.

A los dos días Paquita Calvo, otra de las integrantes del grupo guerrillero, “y su amigo o novio, dijo que se necesitaba dinero, que iba a salir por dinero, yo le dije: nos aguantamos comiendo papas. Yo dejé algo de mi sueldo porque a mí me hablaron mis compañeros de trabajo que había ido por mí la policía”.

A Lourdes se le hace un nudo en la garganta y tiene que hacer una pausa para continuar: “Mi hermano ya estaba detenido y nos replegamos a mi refugio que nadie conocía, Paquita salió, dijo que iba a un lugar seguro y era la casa de su mamá. Al ratito entró la policía, así, un lugar que por años estuvo secreto, en un ratito se inundó de policías”.

–¿Alguna traición?

–No, para nada. No creo. Fue una estupidez salir por dinero, como si no se pudiera vivir cinco o diez días sin dinero, pero como Paquita era de dinero, se le hacía imposible pensar que con unos cuantos pesos que yo tenía podíamos sobrevivir algún tiempo; tal vez con huevos, con sopa o un mes de mal comer no pasa nada, en lo que piensas qué hacer.

Dice que a la hora de la detención no tenían visualizado ningún plan, no sabían qué hacer, “estábamos en la consternación de la detención de mi hermano, de su esposa, de la gente que había ido a Chiapas a entrenarse”. Después de salir por dinero, el amigo de Paquita regresó con la policía, “él dijo nuestro escondite, pero forzado por los chingadazos y es algo que uno tiene que perdonar”.

La tortura, la cárcel y el juicio por la patria potestad de sus hijos

Cuatro meses después del secuestro, el 30 de enero de 1972, Lourdes Uranga y todos los integrantes del FUZ fueron detenidos y llevados a una cárcel clandestina donde fueron torturados. La exguerrillera recuerda que después de la tortura fueron trasladados con los ojos vendados, “en esos camiones del ejército cubiertos, sin que nadie supiera nada. Yo dije: qué chingona soy, todo lo que pasé y estoy viva”.

–Resististe la tortura y perder tu libertad.

–¿Cuál libertad?, yo con mi marido no era libre, fui más feliz en la cárcel que en su casa, y bueno, es difícil cuando estás en una cárcel clandestina, pero ya en la cárcel legal, con las demás presas políticas nos organizábamos, era vivible.

Lourdes Uranga entró a Santa Martha Acatitla el 2 de febrero de 1972

Lourdes Uranga entró a Santa Martha Acatitla el 2 de febrero de 1972. Fue durante su encierro cuando enfrentó el juicio por la patria potestad de sus hijos.

–Yo me confesé culpable de todo lo que quisieran para ya acabar. En mi cabeza me decía: a mis hijos no los puedo perder, voy a confesarme culpable, pero a mis hijos no los puedo perder, no los puedo perder –se le quiebra la voz antes de continuar–. Pero la verdad es que medio los perdí, y es una cosa que me sigue causando dolor, porque él [su exesposo] se quedó con mis hijos y yo quedé como culpable.

–Ya en la cárcel, ¿veías a tus hijos o perdiste totalmente comunicación con ellos?

–No perdí comunicación, pues tengo una cuñada maravillosa que me los llevaba, ella se los robaba de la casa de su papá para llevarme a mis hijos. Me los llevó tres veces. La primera vez que fue mi hija lloraba que no había manera de consolarla, le enseñé mi celda, que estaba bonita, le mostré una sábana.

–¿Le explicaste que eras una presa política?

–Sí, sí. Desde luego. Aunque ella lo intuía, lo sabía, mi hijo también, y mi mamá les explicaba, mi cuñada también les explicaba, pero se quedaron nada más oyendo a su padre… Aunque mi hijo nunca lo oyó, para mi hijo siempre fui la mujer más maravillosa del mundo, no así para mi hija.

Para su exesposo y para el Estado, ni perdón ni olvido

Durante el relato de su detención, Lourdes Uranga aseguró que perdonaba al hombre que había delatado la ubicación de los miembros del FUZ a causa de la tortura. “¿Cuántas cosas más has tenido que perdonar?”, le preguntamos. Ella suelta una carcajada antes de responder.

–Fíjate que al papá de mis hijos no lo he perdonado. Llevó al juez una carta con la lista de mis amigos para que los detuvieran y el juez se la aceptó.

–¿Él nunca te ha pedido perdón?

–No –dice con voz casi inaudible–. No quiero que me pida perdón, así estamos bien. Odiándonos estamos muy bien.

Recuerda que una vez, después de estos hechos, fue a buscarla a la prisión, “me avisaron: ahí está un señor llamado Fabián Mendoza, que quiere verla. Yo trabajaba en el taller de costura cuando me llamaron, pero dije: yo no quiero verlo. Fíjate las libertades que tienes en la cárcel” –ironiza.

Al estado tampoco lo ha perdonado: “digamos que hay una cierta comprensión de una declaración de guerra y que sabíamos las consecuencias que podíamos tener, pero también pienso que la guerra no es un evento sin leyes, que la guerra tiene sus normas y su ética, y que ellos no respetaron ninguna de las dos, ni la legalidad, ya que desaparecer a la gente no es legal, torturar a la gente no es legal. Nosotros hicimos todo con pulcritud”.

Dos años después, en 1974, gracias a la presión social internacional, Luis Echeverría permitió que los sobrevivientes del FUZ viajaran al exilio. Lourdes Uranga fue a Cuba primero y a Italia después. Fue en este último país donde recibió la noticia de la ley de amnistía que le permitió regresar al país en 1979. ¿Cuál fue el México que encontró?, ¿había cambiado algo después de cinco años?, ¿ha cambiado algo al día de hoy?

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