El 27 de septiembre de 1971, el Frente Urbano Zapatista pasó a la historia como el grupo insurgente que llevó a cabo el primer secuestro político en el México contemporáneo. Entre sus filas se encontraba Lourdes Uranga López, una joven mujer, madre de dos hijos, que dividía su vida entre dos luchas, la clandestina, contra las desigualdades sociales, y la legal, por obtener su divorcio y mantener la patria potestad de sus hijos.
A 50 años de los acontecimientos que la hicieron conocer la tortura, la cárcel, el exilio y la pérdida del contacto con sus pequeños, la exguerrillera habla Con Perspectiva sobre los motivos que tuvo para unirse al movimiento, profundamente ligados a la violencia de género naturalizada a finales de la década de los sesenta en México y al deseo de rebelarse al modelo de mujer que le proponía su tiempo.
Lulú, como le dicen sus amigos, nos recibe en la sala comedor de su departamento, ubicado cerca del Centro Histórico de la Ciudad de México. Su rostro redondo, su cabello cano matizado en tonos violetas, nos dice más de la profesora e investigadora jubilada de la Universidad Autónoma de Chapingo, que de la excombatiente de la guerrilla urbana.
–¿Cómo fue tu paso en el Frente Urbano Zapatista? –le pregunto para entrar en materia.
–No fue mi paso –aclara–, fue una experiencia que duró lo mismo que el FUZ (1969-1972), ya que [este] se disolvió en la cárcel y hasta ese momento me tocó ser integrante.
Antes de la guerrilla, la violencia patriarcal
Pero la historia de Lourdes Uranga no comienza con su incorporación a la guerrilla, comienza antes, en el barrio de Tepito, donde nació, creció y vivió hasta su detención en 1972, donde con 11 años tenía que hacerse cargo del cuidado de la casa y de sus hermanos porque su madre se iba a trabajar dejándole un peso con 20 centavos para su comida, aunque ella prefería gastar ese dinero para irse a leer a los puestos de revistas.
Comienza a los 15 años, cuando su novio, el que después se convertiría en su esposo y padre de sus hijos, le dio a leer el Manifiesto del Partido Comunista y ella pensó: “este tipo (Carlos Marx) está hablando de mí”, y tomó conciencia de la lucha de clases y “desde ese momento fui comunista”, recuerda entre risas.
Comienza con las dificultades para entrar a la secundaria porque a nadie le interesaba que ella, una mujer, estudiara. En esa época “ni quien se fijara en mí –lamenta–. Mi mamá un poquito, me decía que debía estudiar y donde sí me aleccionó muy bien fue con respecto a los hombres, desde muy niña me dijo: los hombres son unos hijos de la chingada –vuelve a reír– ponte muy abusada porque vivimos en un barrio terrible. Y así llegué a los 19 años invicta, hasta que me embaracé del que fue mi esposo, pero no hubo idilio ni luna de miel, fue un estúpido embarazo pendejo”.
Con la llegada del embarazo, la revolución social tuvo que postergarse y enfrentar en carne propia la violencia del patriarcado: “mis hermanos y mi padre me golpearon y al susodicho también, y aunque mi madre me apoyó para que no me casara si así lo quería, me vi obligada por la violencia de mi padre y mis hermanos. Esos golpes nos unieron, no el amor”, remata entre risas.
Lurdes Uranga se casó con el joven que le dio a leer La madre, de Máximo Gorki, el causante indirecto de su simpatía por las ideas comunistas, pero ya estando juntos descubrió que él quería una esposa y una familia tradicional, “a lo mejor siempre lo quiso y nada más me regalaba esos libros para fanfarronear, pero yo me lo tomé más en serio”.
Entonces los libros cambiaron: “me llevó su caudal de siete libros, entre ellos iba El Zarco, El pensador mexicano, pero esos libros eran una aberración, presentan un modelo de mujer completamente sometida y recatada, obediente a sus padres, que se porta bien, que hace un buen matrimonio. El Zarco presenta un modelo de patriarcado, un Ulises”.
–¿Los viste como una trampa?
–Primero no, los leí todos, pero a la segunda lectura empecé a ver que había una propuesta de mujer y pensé: yo no quiero ser así”.
La familia como instrumento de opresión de la mujer
Lourdes Uranga recuerda que a los 22 años ya tenía dos hijos y sólo había terminado la carrera técnica en Trabajo Social, gracias al apoyo de su suegra, quien dejó de trabajar para cuidar a sus nietos. Su primer trabajo fue en el DIF que en ese entonces se llamaba Asociación de Protección a la Infancia.
Por esas fechas había dejado de estudiar. A pesar de haber acordado con su esposo que continuaría con sus estudios después de casarse, no fue así. El matrimonio con él se convirtió en un obstáculo: “me trataba horrible, me prohibía todo. Sinceramente no creo haberlo querido nunca, no lo reflexionaba porque yo pensaba que los hombres eran así. Pero te digo, incluso cuando me divorcié y me preguntó por qué, yo no entendía muy bien por qué y ni quería saberlo”, ríe.
Cuando sus hijos cumplieron siete y nueve años dijo: “ya están grandecitos y voy a regresar a estudiar”, y se inscribió en la prepa a pesar de la oposición de su entonces esposo. “Y empezó otro infierno, porque ponía a mis hijos en mi contra, para hacer que hicieran travesuras y cochinadas, para que él pudiera decir: ¿por qué pintaron la pared?, porque no estabas aquí”.
Por eso asegura: “la familia es un sitio de opresión, con un padre que es el que manda, con un marido que es el que manda. Lo dijo Engels y todavía la gente no entiende, seguimos endiosando a la familia. La familia para la mujer es una opresión, haces triple labor, yo cuando estudiaba hacía triple jornada, no dejé de trabajar, seguía atendiendo mi casa e iba dos veces a la semana a la prepa a emparejarme porque yo no podía ir todos los días a clases”.
En 1968, cuando ocurrió la matanza de Tlatelolco, Lourdes Uranga tenía 28 años y estaba estudiando la prepa. Nada estaba bien. “¿Yo que tengo? –se preguntó– Yo no tengo nada, tengo un matrimonio de mierda, un país de mierda”. ¿Habría una forma de hacer que las cosas fueran distintas? Tal vez la guerrilla urbana tuviera la respuesta.
¡Hey! ¿Aquí termina? ¡No me digan que no hay segunda parte! Y tercera y cuarta y las que hagan falta… Apenas van en el 68 faltan muchos años y mucha vida de esta compañera, y yo quiero conocerla.
Por supuesto. La historia continúa. Muy pronto publicaremos el resto de la historia de esta extraordinaria mujer que rompe con los estereotipos..