María Enriqueta Camarillo

María Enriqueta: la primera mexicana en ser nominada al Nobel de Literatura

Caleb Orta Curti

En el siglo XX, dos mexicanos nacidos en el XIX fueron nominados al Premio Nobel de Literatura, uno muy conocido, pero poco leído, y una de la que casi nadie se acuerda. Ellos son Alfonso Reyes (cinco veces nominado, la primera en 1949 por Gabriela Mistral) y María Enriqueta Camarillo (en 1951 por Leavitt O. Wright, profesor de Literatura de la Universidad de Oregon).

En el caso de Camarillo estamos ante una excepción extraordinaria, pues las mujeres prácticamente no solían ser consideradas para estos premios. Fue una figura reconocida incluso hasta la primera mitad del siglo XX, y después fue olvidada. No sería sino hasta 2017 que el FCE la rescató con la publicación de Rincones románticos: una antología general, que incluye parte de sus cuentos, novelas, poemas y ensayos. Poco tiempo después, la serie Vindictas de la UNAM reeditó parte de su poesía en 2021, en “Material de lectura”.

Maria Enriqueta, nombre con el que sería reconocida como escritora, nació en Coatepec, Veracruz, en 1872 y murió en la Ciudad de México en 1968. Su familia pertenecía a la alta burguesía porfirista y era amante de las bellas artes. Ella no fue la primera escritora de la familia, ya que su tío fue el famoso José María Roa Bárcena. Su educación, aunque privilegiada, se limitó a las actividades destinadas para las mujeres pudientes de su tiempo: piano, francés, pintura y literatura. Egresó del Conservatorio Nacional a los 21 años, con especialidad en piano, y en 1894 haría su debut literario con los poemas “Hastío” y “Ruinas”, ambos publicados en El Universal bajo el seudónimo de Iván Moszkowski.

En pleno auge del Modernismo, fue “la única figura femenina reconocida como escritora por sus contemporáneos”, como señala Evangelina Soltero en su tesis dedicada a la narrativa de la autora. De hecho, publicó en las revistas más importantes de dicha vanguardia: Revista Moderna Revista Azul. Se convirtió así en la primera escritora profesional mexicana. Es decir, fue la primera que hizo de la escritura su medio para ganarse la vida.

Los conflictos nacionales e internacionales marcaron el rumbo de su vida. En enero de 1911, en plena efervescencia revolucionaria, Maria Enriqueta se mudó a Washington porque su esposo, Carlos Pereyra, fue nombrado embajador. En 1913 fue nombrado ministro de México en Bélgica y Holanda, pero luego del triunfo de Carranza no volvió a formar parte de la élite política. Al año siguiente, con la Revolución Mexicana en pleno auge, comenzó la Primera Guerra Mundial, y la pareja se mudó a Suiza poco antes de que los alemanes tomaran Bruselas. Ahí, además de las labores literarias, María Enriqueta trabajó como maestra de francés y español, hasta que en 1916 se trasladaron a Madrid, donde viviría hasta la muerte de su marido.

Entre otras cosas, Camarillo fue la pionera de la literatura infantil en el país. José Vasconcelos impuso como lecturas obligatorias sus Rosas de la infancia, seis volúmenes dedicados para cada año de primaria. Además de sus cuentos propios, recopila textos de otros autores acordes para la edad del infante. Con ellos, los niños mexicanos aprendieron a leer hasta la década de los veinte, con la formación de la SEP, y en 1948 recibió la medalla de Alfonso X, El Sabio. Ese año, tras enviudar, decidió repatriarse y, tal era su prestigio, que tanto México como la España franquista estuvieron en un estira y afloja, pues ambos gobiernos querían tener el honor de correr con los gastos de la autora que pasaría sus últimos veinte años de vida en la capital mexicana.

El reconocimiento internacional llegó con la publicación de El secreto (1922). Fue seleccionada en Francia, al año siguiente, como la mejor novela femenina hispanoamericana, y fue traducida por Agathe Valéry, hija de Paul Valéry. También se tradujo al portugués e italiano. El estudio preliminar de la edición del FCE sostiene que es la más autobiográfica de su obra. Trata sobre una familia que, luego de años de abundancia, se ve en una crisis financiera que le lleva a perder todo: primero el piano (que sale cargado como si fuera un ataúd), luego el carro y sus caballos y, por último, su lujosa casa. A este problema se suma otro, que es en realidad el que construye la trama: el carácter indomable de Pablo, el hijo mayor de la familia y probable alter ego de María Enriqueta.

Nos encontramos, entonces, frente a un bildungsroman o coming of age, que es ese subgénero en donde se cuenta el crecimiento de un personaje, el paso de una etapa a otra, casi siempre de la adolescencia a la edad adulta. Este es el caso de Pablo, un niño travieso, mas no malicioso. Sus maldades son, en realidad, producto del aburrimiento, ya que su imaginación encuentra las historias más divertidas para escapar de su realidad. Como la vez en que su padre estaba a punto de vender la casa y él, a los pocos días de que el trato se cerrara, la incendió. Esto ocurrió cuando, al perder los caballos, fue al establo para lidiar con su tristeza y, de pronto, decidió jugar a que era un cavernícola que descubre el fuego.

A pesar de ser problemático, Pablo tiene una inteligencia prodigiosa, solo que aquello en lo que es bueno no es valorado por la sociedad en general: las artes. Además de la lectura, tiene un don para esculpir y puede hacer una escultura exacta de cualquier persona del pueblo. Mientras Pablo lidia con sus problemas, su padre tiene que hacer lo propio para sustentar a la familia, motivo por el cual se muda a Buenos Aires, donde su hermano le encontró un trabajo. Luego de unos meses, la familia deja de recibir cartas del padre, y en Pablo nace la certeza de que ha muerto, pero que los adultos no se lo quieren decir (de ahí el título de la novela). La historia termina con un plot twist interesantísimo, en el que se reflejan los temas favoritos de la autora: desesperanza, soledad y la pérdida: su padre no había escrito cartas de regreso porque estuviera muerto, sino porque perdió ambos brazos; o, en sus palabras, no los perdió, sino que se los dio a su hijo para que se dedicara a la escultura.

La figura de María Enriqueta Camarillo es compleja, puesto que, al tiempo que abre camino para la siguiente generación de escritoras en el espacio público, aboga en diferentes ocasiones por la permanencia de la mujer en el espacio privado. Es decir, dentro de ella y de su obra coexisten los ideales liberales y conservadores. Para entender esto es necesario remitirse a la figura del “Ángel del hogar”. Se trata de un arquetipo literario que a lo largo del XIX se convirtió en una imposición social y política, al menos entre la burguesía, en el que la mujer debía representar un ser protector que, al mismo tiempo, fuera dócil, refinado y entregado. Esta personificación altamente idealista, que comenzó como un arquetipo literario en el poema de Coventry Patmore “The Angel in the House”, basado en su esposa, pasó a ser el modelo de conducta al que las mujeres debían de aspirar.

«Al tiempo que abre camino para la siguiente generación de escritoras en el espacio público, aboga por la permanencia de la mujer en el espacio privado».

A pesar de no haber tenido hijos, María Enriqueta encarnó esta figura. Es decir, supo encontrar una posición que le permitiera, por primera vez en la historia, tomar la profesión de la escritura siendo mujer, pero sin atentar en contra de las imposiciones sociales. Es quizás por esta postura y por su estilo romántico, aunado a la misoginia de su tiempo, que hoy en día no sea tomada en cuenta dentro del canon mexicano. Sin embargo, en su momento alcanzó una fama internacional que solo Alfonso Reyes tuvo. A pesar de ser un producto de su época, El secreto es una novela de formación que, aun con el paso del tiempo y el olvido en que ha caído, no ha perdido su potencia en la representación de los temas favoritos de la autora: desesperanza, soledad y la pérdida.

Publicado en Laberinto de Milenio

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