Nadie me dijo, de Gela Manzano

La poética del dolor en “Nadie me dijo” de Gela Manzano

Nadie me dijo es un poemario escrito en tres partes, en las que la poeta se adentra en la búsqueda de preguntas a un Dios que le ha arrebatado la fe. Nos encontramos en el dolor de perder a alguien que amamos, que hemos visto crecer e irse de nuestro lado y quedarnos con el sonido de su sonrisa característica, de los sueños que no vimos desarrollar, de la vida que le esperaba en un futuro que ya no sucederá.

En la primera parte, Flor de cactus, la poeta interpela con fuerza y dolor al lector con este verso“nadie me dijo que en medio del dolor […] “mis ojos, desorbitados, inundados de un mar turbio y salado buscarían inútilmente descifrar los designios de un Dios terrible y solo que me abandona en la tormenta.” Porque la pérdida es también ese desencuentro con algo más grande. “Se me ha quebrantado la fe” y reconocemos así, que sólo cuando uno conoce la pérdida de alguien importante es cuando queremos respuestas. Gela Manzano establece, desde aquí, un interrogatorio a Dios en busca de posibles respuestas, y que éstas sólo se reciben cuando sabemos observar el mundo, escuchar atenta a las cosas del mundo: “El mar parloteó para confirmar que tú estabas en todo, lo que yo miraba y respiraba.” La poeta lo sabe, sabe escuchar y reconocer, a través del tiempo, con paciencia, con ternura que “cuando extraño tu presencia, la respuesta llega en el crepúsculo matutino”.

Este libro habitado de silencios, es valiente porque lo dice todo, aunque “no sé cómo hablarle a Dios”, dice Gela Manzano y en la búsqueda de respuesta alcanza su máxima clarividencia: “¿Es la muerte nuestro próximo viaje? ¿Por qué el dolor y la ausencia? morimos para habitar otra esfera”. La voz lírica enuncia todo lo que quedó inerte, después de este episodio traumático. Imágenes que se desbordan de puro sentimiento, anécdotas de los momentos más felices, de la complicidad y del amor que hay entre dos mujeres: madre e hija. Dice, “cuando es el fin busco el comienzo”, sin embargo, “no encuentro aún esas palabras que puedan describir mi abatimiento.”

En la Segunda parte, la poeta busca palabras que nombren el silencio: “dolor, desolación, aridez, asombro, preguntas que sonidos respondan”.Ella viviendo. Como sobreviviente. La poeta describe el dolor que existe después de la pérdida, para resguardar las palabras, los gestos, las historias de que tiene memoria: “Aquí voy como pez en agua turbia, olfateando el lodo, abriendo camino entre la maleza.” El trabajo de la poeta es importante justamente por todo esto. “Después de mi dolor no hay nada”, dice. Y a continuación, la contemplación, la narración, la descripción, la comparación, el juego textual de los sentidos. Siempre en busca de nuevos significados. La explicación más amorosa, la más tierna: “Confundo sus palabras con silencio. Aprendí a dialogar con ella en otra escala”. En este libro, Gela Manzano se revela como una mujer noble, de corazón devoto y sobre todo, como esa compañera poeta que, guiada desde la tradición poética, ha sabido encontrar la presencia convertida en luz de las cosas, ha sabido escuchar las respuestas y trasladarlas al texto escrito, porque es “Otra manera de estar contigo”. Sabemos que el dolor no lo atravesamos solas, siempre tendremos cerca a alguien que nos acompaña. Y en la compañía de su padre, Gela escucha el consejo, “Acepta la luz, me responde, es la vida después de la vida.” La poeta nos enseña con este libro que “Las entrañas duelen, si exploremos el dolor”. Sin embargo, “en la pequeñez del entendimiento me alumbras entonces con la verdad de tu presencia.” La luz como presencia, como de algo vivo, la luz como medio de comunicación, como respuesta. “En la luz habitas, en mi orfandad está tu presencia alumbrando esta tristeza insalvable.”.

En la tercera parte, Gela Manzano nos invita a ordenar el caos de los pensamientos, a la estabilidad de la casa como hogar. “Sigues presente/ Habitas mi espacio cotidiano/ acto vital, alabo tu presencia, / la certidumbre.” La poeta-madre ha sabido acomodar las gotas de agua-lluvia-las lágrimas-de mar-, los recuerdos-nombre- y dar así este cierre luminoso “Ya no hablo de tu ausencia. Vivo tu presencia acomodada en mis ojos.” Aprendemos de ella a mirar la inmensidad en lo diminuto, para comprender cómo “me transformo consiente de mi estancia en la tierra”, dice. Con este libro Gela Manzano nos muestra su transición por el dolor y también el camino hacia la resiliencia:

XXII

Mis preguntas siguen extendidas sin respuestas.

Permanecen espaciosas

como papalotes sobre un cielo atardeciendo,

onduladas con el viento,

sobreviviendo al sereno de la noche.

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