«La otra orilla» y otros poemas de Zel Cabrera

La otra orilla

Saltaste a la otra orilla,

diste un brinco inesperado

casi como saltaban aquellos conejos

que guardabas en el terreno de junto,

en aquel páramo deshabitado, baldío apenas

custodiado por un portón descompuesto

que oxidó la lluvia y el sol,

ese terreno que quiso ser una casa

y nunca pudo,

ese espacio entre nuestra casa y la tuya,

que hermanó siempre tu vida a la nuestra

y guardaba conejos que a veces

dejaste que salieran de sus jaulas

para comerse la hierba terca

que crecía.

Saltaste a la otra orilla,

como saltaban tus conejos:

de imprevisto

y no pude pedirte que regresaras,

no pude volverte a meter

en mi certeza imaginaria

de saberte a salvo.

No pude evitar que saltaras

a esa otra orilla, que dicen,

es más verde y más feliz,

eterna.

Esa orilla que hacía rato,

mirabas calculando la distancia

y que yo, no quise ver,

que ahora miro

hasta cerrando los ojos.

No pude pensar que la muerte era eso:

el brinco inesperado

de un conejo que no vuelve la vista atrás.

Vecinos

Nunca estuvimos más cerca que ahora

aunque fuiste mi vecino.

La misma lluvia que mojó tus tejados,

mojó nuestro techo,

el mismo sol,

el mismo aire,

la misma cuadra.

Nunca estuvimos más cerca que ahora

que toco en la ceniza la carne de tus huesos,

los tejidos blandos que te pudrió el tiempo,

la vida que te ardió en apenas

un parpadeo.

Toco en mis palabras el ansia de escucharte,

del otro lado de la calle

silvando fuerte.

No hacía falta que tocaras a la puerta,

sabía que eras tú. Siempre supe

reconocer tu paso en el paso de los otros.

Algo no acontece normalmente, pienso,

cuando tu chiflido

no cruza la calle a la hora

acostumbrada,

a la hora de siempre,

cuando no avisas que vuelves,

tres casas antes de llegar a tu casa.

No te escucho con ese ruido

que alertaba

a tus perros, a tus hijos,

a nosotros.

Nos quedamos sin sonido,

sin la forma con la que cortabas el aire

con la boca,

sin tu manera voluntaria

de hacerte presente,

eras la flama que atravesaba la calle

como un farol,

iluminando la avenida,

eras un faro

de palabras.

Nuestra calle se quedó en silencio,

nadie interrumpe su quietud

aunque sigan ladrando los perros,

pasando las patrullas,

sonando algunos cláxones.

Presagios

Nunca he querido creer en los presagios,

tampoco soy de las que asustan mariposas

negras de una casa,

o tiran sal si se rompe un espejo.

No soy de las que creen en augurios,

pero veinte días antes de que murieras

una carroza fúnebre atravesó mi calle,

la vi desde el balcón, lentamente, acercarse.

Pensé en ti,

culpándome por evocar el llanto y no la risa,

y no la carcajada que dejabas suelta por la casa,

tirada como los juguetes de un niño irresponsable.

Volteé la mirada para otro lado

pero el semáforo se puso en rojo,

la carroza se detuvo a esperar su paso.

¿Cuánto tiempo se quedó inmóvil?

No lo sé, pero regresé la vista al cruce,

algo insistía en hacerme ver,

un presagio que no quise creer entonces

y me resisto a creer ahora.

La muerte

tiene formas,

de avisarnos,

lo definitivo.

Zel Cabrera

Es poeta, traductora y periodista mexicana. Becaria del Programa de Jóvenes Creadores del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes fonca 2017- 2018 y de la Fundación para las Letras Mexicanas flm 2014-2015. Autora de cuatro poemarios. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Tijuana 2018.

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