Cualquier especialista en desinformación y teorías conspirativas sabe que los actores más tóxicos de la red aprovechan, sobre todo, la inquietud y las lagunas informativas. Con el atentado contra Donald Trump, en el que todavía se desconocen incluso las motivaciones del magnicida, el chup-chup de la cazuela de los bulos no necesitó mucho para hervir. Y más en el contexto electoral estadounidense, cargado ya de todo tipo de narrativas conspiranoicas. Se ha dicho que el tirador era un antifa infiltrado, toda la escena estaba teatralizada, el asesinato lo orquestó Joe Biden, incluso se auguraba el regreso de John Kennedy Jr. Y que el fallo de seguridad fue deliberado, como sugirió Elon Musk en su red X, dando pábulo una vez más a los camelos. Pero un argumentario ha calado de forma llamativa: la culpa fue de las mujeres. Y de su incapacidad para hacer cosas de hombres. Un discurso que ha llegado a España copiado por desinformadores como el eurodiputado Alvise Pérez.
Desde las primeras imágenes del incidente, destacó la presencia de varias mujeres entre los escoltas que custodiaban a Trump, personal del Servicio Secreto encargado de proteger a presidentes y expresidentes. El Servicio Secreto, dirigido por la veterana Kimberly Cheatle, es objeto de gran parte de las críticas por la mala protección que se dio a Trump (y al asistente fallecido) en aquel mitin de Pensilvania. Pero el foco ha derivado en el papel de las mujeres en esa agencia federal. Influencers de la derecha supremacista, políticos del ala más conservadora y otros personajes del mismo ecosistema han logrado viralizar vídeos editados e imágenes manipuladas o sin contexto para diseminar sus discursos sexistas, que niegan la posibilidad misma de que existan mujeres en esa agencia: “Las DEI [políticas de inclusión] provocaron que mataran a alguien”.
Esa última frase es de la activista reaccionaria Chaya Raichik, al frente de la popular cuenta “Libs of TikTok”, en un tuit (con 10 millones de visualizaciones) que reprochaba que las agentes no sabían ni enfundar su pistola, por lo que se ve en un vídeo. Otros influencers acusan a esa misma agente, en una foto sin contexto adecuado, de esconderse detrás de Trump en lugar de cubrirle. Musk también ha chapoteado en ese charco, con este comentario: “Tener una persona pequeña como cobertura corporal para un hombre grande es como llevar un bañador pequeño en la playa: no cubre el tema”. Medios radicales de derechas titulaban así: “La brigada de la coleta: humillación total para un grupo de agentes femeninas del Servicio Secreto”. Tras millones de visualizaciones y comentarios en redes, el congresista republicano Tim Burchett sentenció: “Es lo que pasa cuando no pones a los mejores jugadores”. Es decir, solo a hombres. Nadie hasta el momento ha probado que las agentes mujeres fueran las responsables únicas de una brecha de seguridad evidente. Todas las imágenes que han viralizado son posteriores a los disparos, pero la culpa de lo que pasó antes es suya.
El discurso es misógino, pero tiene un nombre técnico que permite fingir que se trata de una crítica política: DEI. Son las siglas de las políticas de diversidad, equidad e inclusión, que vienen desarrollándose en empresas y organismos en EE UU en las últimas décadas con el objetivo de dar cabida a mujeres y personas de colectivos minoritarios. Es el último caballo de batalla de los muchos que ha usado la derecha política estadounidense para mantener a sus filas movilizadas, según reconocen sus propios ideólogos. Todos los problemas vienen o vendrán por culpa del aborto, primero, y después el matrimonio homosexual, las personas trans, la teoría crítica racial y el adoctrinamiento de los libros infantiles. Ahora la culpa de todo es por la inclusividad de las DEI. Los accidentes aéreos de Boeing fueron por culpa de las cuotas. El choque del carguero contra el puente de Baltimore, también. Y, por supuesto, el intento de magnicidio.
La desinformación en este caso ha cabalgado con fuerza gracias al apoyo de Musk, ahora ferviente trumpista (después de años de dudas), que ha creado una aristocracia desinformadora en su red gracias a los sellos azules que engañan a los usuarios, según la Comisión Europea. En X y otras plataformas ha viralizado el vídeo de una entrevista de la directora del Servicio Secreto, Kimberly Cheatle, en el que la narración dice que aspira a conseguir que las mujeres representen el 30% de los agentes en 2030. Y se señala en un contexto concreto: la agencia necesita atraer a más gente porque tiene una tasa altísima de dimisiones. En las redes, se oculta un dato: hoy las mujeres ya representan el 24%, así que no sería un salto extraordinario, solo un punto al año. Un difusor de bulos habitual en la derecha estadounidense, Mike Cernovich, compartió una captura de la biografía de Cheatle para mostrar su escasa cualificación: su anterior puesto fue directora de seguridad de Pepsi. Cernovich había cortado la imagen justo para ocultar que antes trabajó en el Servicio Secreto durante 27 años. Pero bastó para que Musk respondiera a ese tuit diciendo: “Antes de encargarse de proteger al presidente estaba custodiando bolsas de Cheetos”. Se hizo tanta gracia a sí mismo que repitió el concepto “directora Cheetos” dos veces más.
En el contexto misógino, aparece una tercera culpable: Jill Biden, esposa del presidente, a quien ya se señalaba por mantener a su marido en la Casa Blanca debido a sus intereses económicos en la industria del armamento. Estos días se ha difundido que fue ella la que presionó para que se nombrara a Cheatle. Y también ha corrido el bulo de que el Servicio Secreto desprotegió a Trump para reforzar la seguridad de la primera dama. Todo desmentido por el portavoz de la agencia. Las conspiraciones sobre Kamala Harris, vicepresidenta, también se han disparado desde que se tambalea la candidatura de Biden.
Estos discursos se han copiado sin cambiar una coma por los agitadores y conspiranoicos de la derecha en España: Alvise Pérez, Rafapal o Capitán Bitcoin han fusilado los mismos tuits y publicaciones de sus referentes norteamericanos, cambiando “DEI” por “cuotas”. La mayoría de los comentarios a estas publicaciones, también en Forocoches, hacen referencia a los peligros de la “moda woke” o la “cuota feminista”: “Como mujer, nunca contrataría a una escolta mujer”, “La defensa y seguridad solo debe ser trabajo de hombres”, “Las cuotas de género por poco dejan un magnicidio”, “Hay cosas que los hombres hacemos mejor que las mujeres y al revés”, “A quién se le ocurre poner a mujeres (y con sobrepeso) en estas posiciones”.
A Elisa García-Mingo, que lleva años investigando la misoginia en las redes, le ha sorprendido esa forma tan descarada de copiar: “Es común que llegue a través de creadores de contenido de aquí, a modo de traducción cultural, pero lo normal es que lo hagan con referentes propios, no esta apropiación tan directa”.
La puerta misógina
Muchos especialistas en odio en internet señalan el discurso antifeminista como la puerta de entrada para reclutar gente para causas racistas, ultraderechistas o violentas. “La misoginia funciona como un vínculo ideológico a través de un continuo de violencia y como un vector a través de diferentes ideologías extremistas”, concluye un trabajo del Instituto para el Diálogo Estratégico, un organismo para combatir la intolerancia.
“No es la única puerta de entrada, pero desde luego que hay gente que entra por ahí. Hay intersecciones entre distintos campos: hay quien llega desde la misoginia al supremacismo blanco, pero también ocurre al revés. Del malestar en la búsqueda de respuestas a los problemas de género van derivando hacia otros temas”, explica García-Mingo, investigadora de la Universidad Complutense.
La especialista Rachel Guy, de la Universidad de Georgetown, explica en un artículo que todavía es fácil colocar mensajes antifeministas en medio de la conversación social. Y expone un motivo: “El antifeminismo no solo permite a la manosfera aprovechar el poder emocional de sus sentimientos de injusticia, sino que también permite que sus argumentos parezcan fundamentados en los hechos”. Por ejemplo, vinculando ese 30% de mujeres en el Servicio Secreto al magnicidio, aunque no tengan nada que ver.
“El discurso de lo woke frente a la tradición, la masculinidad de toda la vida, la nostalgia. Es expresar que ahora vivimos en un sistema blandengue, de democracias degeneradas, que vamos hacia el fin de la civilización“, desarrolla García-Mingo. Y añade: “Compararlo con lo que era una familia antigua, un padre trabajador con su esposa y sus hijos respetuosos, es un marco, un esquema habitual que se aplica para muchas cosas: la juventud, la familia, la seguridad…”. Y ahora, también, para los magnicidios. Porque en las redes no nos mueve tanto la burbuja algorítmica, sino el edredón ideológico: un discurso que nos arropa frente el frío de la incertidumbre.