El pasado 8 de marzo la cantante Sasha Sokol compartió en su cuenta de Twitter que a los 14 años fue víctima de abuso sexual. El perpetrador fue Luis de Llano, el poderoso productor de Televisa, quien entonces tenía 39 años y era su jefe y su representante. Con él tuvo una relación que duró 4 años.
La denuncia de Sasha puso sobre la mesa de discusión un tipo de abuso sexual que vulnera a muchas adolescentes y desafortunadamente es más común de lo que pensamos. Un delito que hasta hoy, en el código penal vigente, se tipifica como “estupro”.
A partir de esa denuncia, en los espacios más íntimos, hemos conversado con otras mujeres sobre lo común que es este tipo abuso sexual. Hemos hablado de historias propias y cercanas que hoy nos permiten ver con claridad el dolor y las cicatrices emocionales que han dejado ese tipo de vivencias.
Pero en los ámbitos legales y de la salud mental también ha habido debate. ¿Qué es el estupro?, ¿por qué la relación entre un adulto y una adolescente debe considerarse abuso sexual?, ¿cuáles es el impacto de este tipo de abuso sexual en la vida adulta de las mujeres?, ¿qué pasa cuando a las mujeres que han vivido este tipo de abuso se les dice que en realidad vivieron una violación?
El estupro: la figura legal que favorece la impunidad
El 24 de marzo el Instituto Belisario Domínguez del Senado de la República auspició un foro titulado “No es no. Foro de discusión sobre delitos sexuales y consentimiento voluntario, genuino y deseado” cuyo objetivo fue profundizar en la propuesta de una iniciativa presentada por legisladoras de diferentes filiaciones políticas para la reforma del Código Penal Federal en materia de violencia sexual.
Dicha iniciativa propone reemplazar la definición de violación, que se basa en la prueba de la fuerza, para que cubra todas las formas de penetración sexual con una parte del cuerpo u objeto, cometida sin el consentimiento voluntario, genuino y deseado de la mujer. Cambiar el acento de la definición legal de la violación, que actualmente se centra en el forzamiento, y poner el énfasis en el consentimiento voluntario y genuino, implicaría un hito en la protección de los derechos de las mujeres, niñas y adolescentes.
Entre otros puntos, dicha iniciativa, que se encuentra en este momento en la Cámara de Diputados para su aprobación, propone la derogación de la figura del estupro, pues favorece la impunidad de los abusadores y discrimina a las adolescentes, ya que ignora la explotación de las dinámicas de poder desiguales y la vulnerabilidad de las menores de edad.
El código penal mexicano define que comete el delito de estupro quien tenga cópula con una persona mayor de doce y menor de dieciocho años y obtenga su consentimiento por cualquier tipo de engaño. Si el abusador tiene una relación de parentesco o se vale de su posición jerárquica laboral, docente, religiosa o doméstica, la pena aumenta.
Sin embargo, las penas para el delito de estupro son más bajas que para la violación. El estupro, según el código penal mexicano, se castiga con una pena de 3 meses a 4 años, frente a la pena de violación, que establece de 8 a 20 años.
No es estupro, es violación
Según el Censo Nacional de Justicia Federal, del 2011 al 2021 no existió registro de uso de ese delito, lo cual muestra lo inviable que es para una víctima adolescente y sus tutores probar el “engaño o manipulación”, dejando a los perpetradores sin castigo y a las adolescentes sin justicia
En su informe, la Relatora Especial de la ONU sobre violencia contra la mujer ha insistido en recomendar que en México se derogue el estupro, pues no hay un consentimiento voluntario ni libre de la adolescente ante un adulto, sino una desigualdad de poder, por lo que los casos que se contemplan como estupro deben considerarse como violaciones para dejar de responsabilizar a las niñas y adolescentes de la violencia que se comete en su contra.
Es por ello que las penalistas especializadas en delitos sexuales consideran que la denuncia realizada por Sasha Sokol constituye un caso de violación equiparada y no de estupro. Los terapeutas están de acuerdo en que el estupro debe ser considerado un abuso sexual:
“Lo que llamamos estupro –explica María Elena Rocha, psicóloga y terapeuta cognitivo conductual que se especializa en trauma y trabaja en instituciones educativas con adolescentes–, es un abuso sexual, porque al haber una diferencia de edades tan significativa, como en el caso de Sasha, implica una madurez diferente, una etapa sexual diferente”.
La romantización del estupro
Para la terapeuta María Elena Rocha hay una figura de moda que romantiza el estupro: “la figura del sugar daddy, que es aquel que me lleva muchos años y me puede comprar aquello que quiero. [Las adolescentes] también piensan que tienen mejores modales que los chicos de su edad, que saben cómo tratarnos, que regalan cosas lindas y tienen más experiencia”.
Muchas adolescentes, explica, se involucran en este tipo de relaciones desde esa fantasía y “esto es más común de lo que pensamos, lo cual es peligroso porque las adolescentes se ponen en riesgo en una relación de abuso emocional y sexual”.
“En una menor de edad todavía no hay un descubrimiento total de la sexualidad, no hay madurez intelectual, emocional. Generalmente está muy romantizado el noviazgo. Una mujer adulta, con más experiencia, ya no idealiza tanto a la pareja. Por eso es abuso, porque el adulto tiene poder sobre la adolescente, porque tiene más conocimiento, experiencias, recursos, y eso lo posiciona por encima de ella”, afirma.
El impacto del abuso sexual en la vida adulta
¿Qué tan difícil es sanar las heridas que deja el abuso sexual en una adolescente? Para la terapeuta depende “del impacto que tiene el evento en una persona y varía mucho. Pero de que se puede sanar, se puede. Implica meterse en un laberinto y puede costar mucho trabajo salir de ahí con los propios recursos, pero de los laberintos se sale. Por eso, cuando el evento tiene mucho impacto, es necesaria la ayuda de un terapeuta especializado en abuso sexual”.
El primer obstáculo que enfrenan las mujeres para sanar, es reconocer que fueron víctimas de abuso sexual: “las chicas quieren hacer como que no pasó: era mi novio, dicen y, desde el romanticismo, se convencen: yo lo quería, estaba enamorada. Pero hay un impacto posterior, cuando se dan cuenta de que la diferencia de edades implicó comportamientos que no esperaban, entonces adquieren consciencia del poder que tenía la otra persona sobre ellas y de que eso no les hacía bien”.
Además, puntualiza, “se tiende a desarrollar un patrón de conducta sobre las parejas que elijen posteriormente. Hay quienes dicen: desde niña me he vinculado con personas mayores porque me gusta que me den consejos de vida y que me digan qué hacer, y se va perpetuando ese guión de vida de tutelaje. Me relaciono con hombres mayores porque no me siento capaz de salir adelante con mis propios recursos o sienten que necesitan la guía de un hombre mayor”.
De este modo “siguen estableciendo relaciones en las que hay más control, más dominio y así se prolonga el abuso inicial y se privan de vivir su libertad. El abuso repercute en su seguridad, en su capacidad de confiar en ellas mismas y en los demás”.
Cómo ayudar a una adolescente víctima de abuso sexual
“El diálogo es la herramienta indispensable –dice la terapeuta María Elena Rocha–. La escucha compasiva de los padres hacia los hijos. Más que escucharlos desde el prejuicio y desde el regaño, preguntar por qué lo están haciendo, ¿por qué quieres estar con él? ¿qué te atrae? Y escuchar sin juicios, desde la compasión. También es importante compartir la propia experiencia de los adultos sobre las relaciones complejas afectivas y cómo las trascendieron”.
“Los padres y cuidadores siempre buscarán que los hijos estén bien –asegura–, y en general harán todo lo que puedan por garantizarlo, pero sin duda alguna los hijos van a vivir sus propias experiencias. No hay que condicionar ni romper el vinculo emocional con ellos. Si hay un vínculo fuerte y sano con los padres es probable que no lleguen a ser graves estas experiencias de abuso y que se viva como una experiencia más, y ya, a lo que sigue”.
“Si los cuidadores se están dando cuenta de que la situación les está provocando mucho enojo, deben buscar ayuda especializada. Pero con la adolescente deben crear un ambiente desde donde puedan dialogar con mucha sinceridad, buscar espacios diferentes, tardes de café, fuera de casa, darle tiempo y espacio a la hija, exclusivo para ella, para hablar. Y el enojo debe quedarse fuera de ese ambiente. Los adolescentes necesitan tiempo y saber que sus cuidadores están dispuestos a dárselos, a escucharlos sin ruido externo y a amarlos ante todo”.
Una herramienta para detectar relaciones de riesgo es que tanto las adolescentes como los padres conozcan el uso del violentómetro: “el abuso sexual es una de las máximas expresiones de la violencia. Después del abuso sexual está la mutilación y la muerte, eso nos muestra de manera gráfica qué tan grave es esa experiencia”.
El testimonio de una víctima de abuso sexual
Yo tenía 16 años. Tenía algunos conflictos con mi familia y sentía que no tenía lugar. Mi padre no estaba, mi mamá tampoco estaba mucho y yo tenía pocas amigas. Necesitaba ser mirada, validada, querida.
Él era un amigo cercano de mis padres. Tenía 42 años. Visitaba mucho la casa. Sentí su simpatía, me miraba con interés y estaba dispuesto a escuchar lo que yo decía. Me sentí importante para alguien. Yo pensé que así debía sentirse el amor.
La relación sexual se dio sin que yo disfrutara nada. Fue como una violación. No me gustaba físicamente, no me excitaba, estaba nerviosa. Lo que yo sí quería era estar con él como si fuéramos novios. Conversar, salir, abrazarnos, ser querida. En realidad es lo que cualquier adolescente quiere. Pero él fue directo a la cópula.
Mi familia estaba escandalizada. Por supuesto que me impidieron verlo. No lo enfrentaron directamente, pero no volvieron a dejarlo entrar a la casa. Recuerdo que mi papá dijo que cómo iría reclamarle si le iba a contestar: “A quién le dan pan que llore”. En realidad a quien culpabilizaron fue a mí.
No duré mucho en esa relación porque una noche fuimos a una fiesta, él iba manejando y su auto se quedó sin frenos en una pendiente. Él se salió del auto y me dejó dentro. El carro se estrelló contra una casa. En ese momento pensé que iba a morir y que él no había hecho nada por salvarme. Definitivamente no era el príncipe azul que había idealizado. Fue una lección muy dura. Tuve que estar frente a la muerte para darme cuenta de la relación abusiva en la que estaba.
Después de eso no lo volví a ver más. Pensé que el dolor que me causó esa relación terminaría una vez que sanaran mis heridas y lesiones del accidente. Ojalá hubieran terminado ahí. Para mi familia yo había sido la culpable de esa relación que les avergonzó públicamente. Durante años me molestaron burlándose, descalificándome y echándome en cara el mal momento que les había hecho pasar. Yo asumí todo con mucha culpa y pensé que algo en mí estaba muy mal. Mi sensación de no tener lugar creció.
Así, con ese dolor y esa autorecriminación viví durante años, hasta que cuando tenía como veinte años fui a terapia por primera vez. Mi terapeuta me hizo ver que yo era una niña en aquel entonces. No había sido mi culpa, sino del adulto que se aprovechó de mis necesidades emocionales para establecer una relación sexual conmigo y que eso era un abuso y era un delito.
Yo era una niña, y quienes debían protegerme y cuidarme tendrían que haber sido mis padres. Y que sus burlas y sus señalamientos me revictimizaban una y otra vez, impidiéndome sanar la herida de abuso sexual y emocional que seguía abierta.
Sé que mis padres estaban enojados y volcaron su enojo en mí, pero eso fue una tortura, prolongó el dolor de esa vivencia durante años. Por eso me atrevo a contar esta historia, porque es muy importante que las familias que atraviesan por este tipo de situaciones sepan cómo manejarlas. Que busquen ayuda, recursos. Su vergüenza no es nada comparado con el dolor emocional de la víctima.
Es importante que los padres protejan a sus adolescentes, que permanezcan con ellas y ayuden a evitar que esa herida se arrastre de por vida, porque el trauma del abuso sexual no sana con el tiempo, empeora si no se trata con terapia.
La mujer que me relata este testimonio, cuyo nombre queda protegido por su derecho al anonimato, lo hace convencida de que hablar de este tema ayudará a visibilizar la gravedad del abuso sexual en las adolescentes.
Le muestro el documento que se publicó en el foro “La figura del consentimiento en casos de violencia sexual contra las mujeres por razones de género” y las recomendaciones del Mecanismo de Seguimiento de la Convención para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, mejor conocida como la Convención de Belem do Pará (MESECVI) sobre la derogación del estupro y le hago una pregunta:
–¿Qué dirías si te dijeran que lo que viviste fue una violación?
–Creo que sería más justo. Ya no sería la tonta adolescente que se dejó manipular y engañar, que no fue suficientemente lista y cuidadosa. Sería más justo porque en realidad fui una víctima y soy una sobreviviente del abuso sexual.
Los chamacos y las chamacas de ahora no se andan con rodeos, son activos sexuales desde la secundaria e incluso tienen más experiencia que los mismos adultos, esa es la realidad, más ahora con el perreo y con sus celulares inteligentes en los que se la pasan viendo pornografía, sí, aunque se espanten los papás y no lo quieran creer, los chamacos y las chamacas de ahora a temprana edad ya son calientes. En esta nota se habla superficialmente, lo que se suponen, pero es evidente que nunca han convivido con los jóvenes realmente y no saben sus inquietudes, mucho menos saben cuántas relaciones sexuales han tenido en esta semana. Aunque por supuesto debe haber abusos cometidos por los adultos, no solo hombres, hay que ser realistas y no por ser «feministas» tratar de condenar a este género únicamente, también existen abusos cometidos por mujeres adultas, a parte de esto es un error el tratar de convencer a los menores como lo dice la nota de que fueron «abusados» y su relación no fue «consensuada» porque con el fin de moralisarlos o a fuerza de hacerles creer que su relación con alguien mayor estuvo mal lo que se les hace es crear un sentimiento de culpa mayor, como si se tratara de una confesión forzosa: fuiste abusada! fuiste violada! debes denunciar a tu violador! También debe tomarse en cuenta la época y el contexto en que se dieron estos abusos, no con tal de tratar de ser una sociedad moralisada se traen a juicio casos de antaño, como lo de Sasha, y hasta al difunto Pedro Infante van a estigmatizarlo de infame pedófilo, solo falta San José por haberse casado con la Vírgen María, aunque los creo capaces con tal de darse baños de pureza y de buena moral, la realidad es que mucha de la responsabilidad si no es que la gran culpa, es de los padres que con tal de excusarse culpan a estos «abusadores», tratan de educar a sus hijos para que no se metan con alguien mayor pero les dicen que está bien que se involucren sexualmente con los de su misma edad, eso es lo que consideran una buena educación, siendo obvio que si se involucran con alguien de su misma edad se vuelven activos sexuales y por ende van a terminar involucrándose tambien con alguien mayor. Seamos responsables de verdad, eduquemos a nuestros hijos para que sean responsables sexuales, no solo para que se metan con los de su edad pero no con los mayores. No seamos doble moral y prejuiciosos
¡Hola! Me llama la atención que le moleste «el perreo» pero no el abuso de un hombre mayor a una adolescente, y me preocupa la indiferencia ante las secuelas de dolor que deja este tipo de abusos en sus víctimas. Pero no me sorprende. Hay mucha gente que es igual de indiferente, por eso hay tanta complicidad en este tema.
Desde mi punto de vista no hay ningún problema en que las y los adolescentes exploren su sexualidad entre ellos, que su expresión corporal sea tan libre como lo deseen y bailen lo que les guste bailar, perreo o reguetón o lambada. Es sano que se relacionen entre ellos y puedan crecer emocional, psicológica y sexualmente juntos. El problema que planteo en este texto es el abuso que implica una relación sexo-afectiva entre un adulto y un adolescente y sus consecuencias psicológicas y emocionales.
Qué tal, pues bien lo acaba de decir «…de vista no hay ningún problema en que las y los adolescentes exploren su sexualidad entre ellos, que su expresión corporal sea tan libre como lo deseen..», es justo este tipo de educación de supuesta libertad que se convierte en libertinaje lo que crea adolescentes irresponsables, a los que se les permite todo, bueno, no todos estamos educados a la «moderna» y por este mismo tipo de educación sin límites es que creamos jóvenes irresponsables que cuando se encuentran con situaciones justo como lo dice la nota los padres no se preguntan qué es lo que hicieron mal, sino que prefieren responsabilizar a alguien más, en este caso al que se presume que es el abusador de nuestros santos polluelos. Tampoco he eximido de toda responsabilidad a quienes por supuesto sí lleguen a cometer algún abuso contra algún menor, tal vez lo incómodo de mi comentario fue que también señalé a los educadores , a los padres que tienen mucha de la responsabilidad y crean jóvenes precoces y con valores blandengues que porque se piensa que son las ideas actuales, las ideas del mundo moderno deben ser de manera tajante las más idóneas….
Es terrible que la re victimización sea tan frecuente e impida el acompañamiento cercano y amoroso que se necesita para sanar.
Es un tema muy fuerte y es urgente que como sociedad nos atrevamos a mirarlo de frente y llamarlo por su nombre: es abuso sexual, es violación… por más que se trate de “romantizar”
Yo puse una respuesta pero como mi comentario debe ser «moderado» es posible que no se publique por no estar de acuerdo con sus ideas, eso es lo malo de estos dominios, solo publican los que les parece bien a los administradores y lo que no va de acuerdo con sus ideas o no les simpatiza pues no
Hola Nat! Gracias por leer y por compartir. Sí, es muy importante visibilizar las violencias que se ejercen desde los hogares, alimentados en estereotipos y creencias dañinas. Un abrazo.