La escritora mexicana considerada una de las voces más destacadas de la poesía en español, cumple 78 años llena de reconocimientos y trabajo, pero sin prisas.
La tortuga Gita se pasea con toda la parsimonia de su especie entre peces de colores, en el fondo de un estanque lleno de nenúfares. Es una mañana cálida de una prematura primavera y el jardín de la poeta Elsa Cross (Ciudad de México, 1946) está vestido ya para la temporada. El césped sedoso, verde que te quiero verde. Los árboles, en flor; las buganvilias, en éxtasis. Y las palmeras alocadas, bailando al son de la brisa que alivia el calor, al igual que los helechos hirsutos. En el centro de todo, una deidad de la India. Este edén de Cuernavaca, ciudad refugio de intelectuales mexicanos, es como un santuario personal para la escritora, una de las voces más destacadas de la poesía de México. Es aquí donde Cross se desconecta, atenta al llamado de las musas, y es aquí donde investiga, escribe y le habla al mundo a través de su obra. A Cross le han llovido los premios en los últimos meses, el reconocimiento de una larga carrera en que la poesía, dice, ha sido compañera de vida. “Ha sido una búsqueda y una respuesta a muchas cosas. Un extraordinario deleite”, afirma la poeta.
El nombre de la tortuga es un guiño al Bhagavad-gītā, un texto sagrado hinduista, clásico religioso, uno de los mundos que han apasionado a Cross, que incluyen también la religión y la mitología. La poeta hizo en 1978 un viaje a la India que le marcó, principalmente por la práctica de la meditación. “La India fue un escenario muy bello. Fue importante porque me cambió completamente la visión del mundo”, dice Cross.
—¿Cómo fue ese cambio?
—Yo era muy pesimista. Pero empecé a ver las cosas de otra manera, de una forma más positiva. Eso influyó mucho en mi poesía. Lo veo en mi primer libro, escrito cuando tenía 23 o 24 años, La dama de la torre, que es una visión tremenda, muy negativa y desolada. Y todo eso desapareció. (En aquel poemario escribió Cross: Maltrovando, perdida de todos y de mí / parto de sitios lúgubres hacia ningún lado. / Reconozco en las ruinas mis cenizas. / Amantes que ardieron allí.)
Esta mañana la poeta ha recibido a los periodistas acalorada. Recién ha llegado de sus mandados y pide un tiempo para refrescarse y cambiarse. Una limonada con menta la ayudará a recuperarse. Cross cumplió 78 años el día anterior y lo celebró con una comida. Ha llegado a una etapa de la vida en la que, dice, no lee periódicos, prefiere la música y la escritura. Tiene mucho trabajo y la preocupa un poco no poder tener el tiempo suficiente para terminar las traducciones y sus ensayos e investigaciones académicas. “¿Cuánto tiempo puedo vivir lúcida? No mucho. Y son muchos trabajos”, comenta. Vestida con una fresca blusa blanca de hilo, la poeta asegura, eso sí, que no le tiene miedo a la muerte. “Para nada”, apuntala. “Lo que termine, bien; lo que no, trataré de no dejarlo en desorden, ni cosas a la mitad. Pero si no puedo terminarlo todo, tampoco me importa, no creo que sea una gran pérdida para la humanidad, así que no hay por qué preocuparse”, bromea.
Cross ha tenido una experiencia casi mística con la muerte. Ocurrió cuando falleció su hija, Cecilia, lo que la marcó, dice, de una manera muy profunda. Menciona la meditación como una tabla que salva a una persona que se ahoga, en plena desesperación por salir a flote. “Sin la meditación que he tenido por gracia del cielo, de Dios, de lo que sea, no sé cómo habría podido lidiar con eso. Habría sido muy difícil. Eso permite muchas veces ubicar las cosas de otra manera”, afirma la escritora.
—¿Cómo marcó la muerte de su hija su poesía?
—Puedo decir que ha vuelto a la muerte algo mucho más natural. Cuando uno confronta las cosas, muchas veces tiene una respuesta muy distinta de lo que uno creía que iba a ver. Yo no tengo hacia la muerte sentimientos de temor; en todo caso sí de mucha curiosidad. Que venga cuando quiera, porque no me asusta.
(De esa experiencia escribe Cross en Poemas para Ceci: Has echado raíces en la muerte. / Pasas como un ave de luz, pero te alejas. / Vas a esos confines que tú sola conoces. / Un nido extraño, riscos imposibles de donde vienes radiante, / con la risa en los labios, sólo para volverte a ir.)
Además de los festejos por sus 78 años, la poeta tiene mucho más que celebrar. La Secretaría de Cultura le otorgó en octubre el Premio Internacional Alfonso Reyes 2023 por la relevancia de su obra poética, ensayística y de traducción y a inicios de febrero recibió el Premio Mazatlán de Literatura 2024, por su poemario Isla negra. Braulio Peralta, periodista cultural e integrante del jurado, ha dicho que la poesía de Cross “ha pasado silenciosamente por décadas sin los alaridos de la egolatría o la cultura del espectáculo, con la humildad de unos pies descalzos, serenos, pisando fuerte en el arte”. Una forma elocuente de resaltar que en muchos casos a ellas se les reconoce menos que a sus pares hombres, que dominan premios y honores.
—¿Cómo recibe ahora estos premios?
—Lo agradezco mucho, sobre todo por si ayudan a que se difundan mis poemas. Pero a título personal no representa nada.
Lo que sí tiene claro es que a las mujeres, poetas y narradoras, se les ha relegado a un segundo plano, aunque al escucharla sus posturas pueden parecer contradictorias. “Escribí antes de que hubiera este movimiento feminista tan fuerte un artículo viendo la exclusión sistemática que ha habido de las mujeres desde el principio. Todo el mundo ha oído hablar de Safo, ¿pero de Corina? y así con muchas otras poetas griegas contemporáneas de Safo. ¿Qué se sabe de ellas? Aparte de los especialistas, nadie las conoce. Y así época tras época se ha excluido a tantas escritoras, pintoras, escultoras y hasta se han plagiado sus trabajos”, comenta.
—No, ni lo opuesto. Creo que no aceptaría ninguna definición de ningún tipo, porque implica como una militancia que en lo personal ni me interesa ni tengo ya tiempo de ejercer.
—La de las mujeres es una lucha centenaria para que se reconozca también su trabajo.
—De eso ni duda tengo, qué bueno que se reconozca, qué bueno que se saque a flote, pero que dejen el idioma en paz.
—¿El lenguaje inclusivo?
—Sí. De veras, van a arruinarse ellos mismos la lectura. Que estén diciendo las niñas, los niños; las diputadas, los diputados es fastidioso, es absurdo, es redundante. Se va a arruinar una lengua tan bella como es el español por esa cursilería.
—¿Cree que en el mundo editorial ahora las mujeres tienen el mismo espacio que sus pares hombres?
—No tengo idea. Yo nunca tuve ningún problema para publicar en ningún lado por el hecho de ser mujer. Creo que no es cuestión de género, es cuestión de calidad. No aceptaría yo nada por una cuota de género, me parecería indigno, me daría vergüenza. Claro, también me pregunto cuántos de los caballeros que están en esos puestos merecen también ese trabajo. Entonces creo que debería haber una exigencia muy alta, sean hombres o mujeres.
La conversación se desarrolla en el luminoso jardín, flanqueados por la tortuga Gita y una escultura del dios Shiva Nataraja, que danza para destruir este ciclo de existencia, como marca la tradición hinduista. La mitología tiene un peso importante en la obra poética de la autora, siempre llena de referencias a la antigua Grecia o la India. Dice que eso le viene desde niña, cuando pidió el primer libro del tema, a los 12 años, un ejemplar que aún guarda. “Fue estupendo”, afirma emocionada tras un pequeño sorbo a la limonada con menta. “Pude entrar en contacto con la creatividad, con esos mitos y esas figuras y esas historias. Todo eso es extraordinario y me fascinaba mucho todo ese mundo, que es un canto a la belleza, pero vista de muchas formas, porque puede también entrar hasta lo grotesco, por ejemplo, una gárgola en el caso de la Edad Media”, explica.
Cross une la búsqueda de esa belleza en la poesía con el ritmo, la cadencia, elementos esenciales para ella, sin los que, dice, no puede entender la creación poética. “Lo que no se ajusta a eso son como versos cojos para mí, que o acabo modificándolos o salen del poema. No estoy hablando ni de rima ni de métricas regulares ni nada de eso. Si siento que no hay canto en la poesía de alguien, se me cae y acabo por aburrirme mucho”, explica. Está ahí el trabajo de la artista, la mujer que dice que la inspiración le llega “de repente”, que la puede asaltar en cualquier lugar y en cualquier momento. Y ella escribe a mano, para luego corregir. “Puedo empezar un poema por un ritmo, por una palabra, por una imagen, por un recuerdo, por lo que sea, pero la inspiración llega cuando le da la gana”.
Comenzó a escribir poesía a los 14 años, una época en la que dice que leía muchísimo, todo lo que encontraba, narrativa o poesía. “Nunca he podido volver a leer tanto, ni quiero hacerlo”, bromea. Esas lecturas, desde Homero, pasando por Goethe, Dante Alighieri, Shakespeare y hasta cómics como los de Súperman, moldearon a la poeta, así como la música, uno de sus grandes placeres, al que se sigue entregando cada día. Dice también que influyeron los viajes a países que la deslumbraban, como Grecia, con su pasado antiguo de grandeza y belleza. Grecia y su mitología están muy presentes en su poesía. En Athená Poliás escribe: Manto bordado de serpientes / y la sonrisa con que derrota al gigante que refunde en el mar. / Su paso inclina el cuerpo todo / fuerte y flexible como lanza clavada en la tierra / vibrando todavía.
La Secretaría de Cultura la ha catalogado como “la poeta de la claridad, los sueños y el misticismo”. Sus obras son editadas en México por Ediciones Era y entre sus títulos está su largo poema Insomnio, que “nació de manera circunstancial”, cuenta, durante un viaje para la presentación de un libro que se había traducido al bengalí, publicado en Calcuta. “Llegué primero a Nueva Delhi con cosas por hacer, y a la hora que tenía que hacerlas era cuando tendría que estar dormida. Al tercer día de no poder dormir comenzó a salir ese libro y se dieron los dos o tres primeros cantos”, narra la poeta. El libro siguió surgiendo en otros desvelos, durante otros viajes, como los sueños. (Escribe Cross en ese poema: El insomnio y el sueño se abrazan como amantes furiosos / se muerden deslizan garras de fiera por la espalda del otro / Se besan tenebrosos / luchan a muerte / quieren devorarse deslindarse de sí mismos / convertirse en el otro / Se husmean se estrujan se maldicen / se aferran uno al otro desconsolados ciegos).
Los días de Cross pasan tranquilos. Se ve de vez en cuando con amigos para comer o habla con su hijo o se sumerge en su trabajo, siempre en su casa, rodeada de libros y música (la acompañan, entre otras, las sonatas de Beethoven). Ahora prepara las traducciones de un libro de ensayos y también de poetas místicos de la India, que incluye a ocho mujeres. “Es un milagro que haya sobrevivido lo de estas mujeres. Hay algunas que eran analfabetas y no podían escribir sus poemas, los dictaban”, dice. La poeta ha vagabundeado en librerías de la India y París para encontrar las traducciones más leales de estas obras, un trabajo que le ha tomado décadas. No ha cejado, dice, porque estas obras “reflejan mucho de lo que ha sido mi propia experiencia”. Entre sorbo y sorbo de limonada dice que espera pronto dar por acabado este esfuerzo. Hoy, sin embargo, tiene algo más urgente que hacer al terminar la entrevista: alimentar a la tortuga Gita, que con toda la parsimonia de su especie espera que a la poeta no se le haya pasado la hora de su comida.
Publicada en El País