Eran las 13:00 horas del 20 de octubre cuando llegué a la glorieta de Puerto Marqués para comenzar la cacería del autobús violeta. Debía abordar una de las dos unidades que transitan en la Costera como parte del programa Transporte Violeta en Acapulco.
La consigna era exhibir, con imágenes, a los hombres que se trasladaran en los camiones destinados para mujeres y menores de 12 años en Acapulco. Lo anterior, luego de que usuarias de las redes sociales denunciaron que los choferes del Transporte Violeta, en la ruta del Acapulco Diamante, permitían que los hombres subieran a los vehículos destinados para nosotras.
El Transporte Violeta fue una de las dos acciones que la guerrerense, Evelyn Salgado Pineda, destacó en su informe por un año de gobierno como inédita e innovadora en el país. Aseguró que ayudaría a responder ante las alertas de genero impuestas en nueve municipios de esta entidad.
Por 14 pesos, las y los usuarios pueden viajar de la colonia Luis Donaldo Colosio al Zócalo de Acapulco en un camión con aire acondicionado. Es una de las más convenientes, al menos lo ha sido para mí desde que llegué a vivir a Puerto Marqués, porque conecta la zona Dorada con la zona Tradicional del Puerto.
El trayecto es uno de los más eficientes desde que habilitaron el macrotunel, pues la arriesgada avenida Escénica se ha convertido en ruleta rusa y ha cobrado incontables vidas por accidentes automovilísticos en los que se han visto involucrados taxis colectivos amarillos y atomóviles particulares.
Si a eso le sumamos la exclusividad de uso para mujeres y niños menores de 12 años, el Transporte Violeta prometía convertirse en la mejor alternativa para las usuarias. Pero ¿dónde estaba?
La larga espera por el autobús violeta
Como en la canción de Joaquín Sabina “Y nos dieron las 10”, a quienes esperábamos el Transporte Violeta nos dieron las 2 y las 3… ¡de la tarde! Había visto pasar al menos 12 camiones azules del Bloque Uno, de los que transitan la Costera, dirigirse al Centro. Estuve a punto de subir al próximo camión que apareciera.
Durante mi espera, el checador de la ruta, un hombre que rebasaba los 60 años, con quien hice un amistad momentánea, me dijo que después de las 12 del día los autobuses azules acortaban el periodo de sus recorridos para acelerar el traslado de pasajeros.
Me explicó que durante la mañana y parte de la tarde pasaban cada 15 minutos, pero que en las horas pico de mediodía pasaban cada 10 minutos. ¿Por qué no pasaba lo mismo con los autobuses violeta?
El hombre me contó que muchos concesionarios, agrupados en el Bloque Uno de la Costera, no estaban de acuerdo con limitar el uso del transporte a las mujeres como lo sugería la Coordinación General de Movilidad y Transporte Acapulco, pues reducía, según ellos, la cantidad de pasajeros a la mitad.
Sin embargo, me dijo, llegaron a un arreglo con el Gobierno estatal y consiguieron que les pagaran el diésel: unos mil 300 por mediodía de trabajo diario, lo cual cubriría el pago parcial de 4 mil 800 pesos que les cuesta llenar el tanque y entregarlo al patrón, junto con la cuenta y las ganancias por la conducción. Lo anterior, a pesdar de que son sólo dos los camiones destinados al programa. ¿Por eso los largos tiempos de espera?
Eran casi las 3:30 pm cuando —¡por fin!— apareció el camión vestido de color violeta. Una larga fila de personas, sin distinción de género, se aproximó para subir. Antes de subir al camión de “servicio seguro, exclusivo y sin acoso”, un joven me cedió el paso. No me sorprendió que subieran todos y todas.
Ni siquiera se dió preferencia a las mujeres y a los niños. Como en culquier camión, cuando son pocos y la demanda es mucha, todos entramos a codazos para tratar de ganar un asiento o, por lo menos, un espacio de pie. Sobre todo en esa ruta que desde su base, en la la colonia Luis Donaldo Colosio, viene repleta.
¡Pásele para atrás! ¡Atrás hay espacio!
El pago de 14 pesos lo recibió un chofer que vestía camisa blanca, pantalón negro y, eso sí, corbata color violeta. “¡Pásele! Atrás hay espacio. Los de en medio, avancen para atrás”, decía, cuando se hacía un tapón en la entrada que impedían el paso a los nuevos pasajeros.
El argumento para que sean hombres los choferes es que las mujeres no quieren conducir estos vehículos. Aunque según lo que cuentan algunas mujeres conductoras de taxis azules, las experiencias no son gratas ni de amabilidad cuando compiten con hombres, no imagino que en el gremio de los conductores de autobuses eso pueda ser distinto.
A la voz de «¡pásenle para atrás!», jóvenes, niños, niñas, adolescentes, mujeres y hombres que buscaban llegar a sus casas después de su jornada laboral o de estudios, intentaban compactarse en el fondo del autobús. Algunos llevaban consigo mochilas, bolsos, compras de súper o algún bulto, lo que incrementa las incomodidades. El aire acondicionado no se sentía.
El viaje no fue mejor a los que recordaba. Llebaba, hasta ese día, una pausa de nueve meses como usuaria de camiones, luego de que me atreví a conducir el carrito usado que compré el año pasado. La única diferencia es que ya cobran un peso más que entonces.
Pero, el carrito se descompuso y durante una semana estuvo en el taller. Fue que volví a ocuparme en vestir pantalón, blusa y tenis; dar una pausa a mis vestidos cuquis, zapatos con plataforma y a las minifaldas que tanto me gustan.
Es común en Acapulco, en un viaje a las 3 de la tarde, todo tipo de arrimones, codazos incidentales o talladas en el pecho o las nalgas. A veces a propósito y otras nada bienintencionadas. Por eso más vale vestir con «recato». Ese día, yo llevaba unos jeans azules y una blusa color rosa de manga larga, tenis blancos y una mochila en la que echo de todo, menos dinero, cuando soy usuaria del transporte público.
Esto último porque he vivido la mala experiencia de dos asaltos en camión y un par de abandonos de los choferes del colectivo a media escénica, así es que procuro viajar cómoda y con lo necesario para trabajar desde la calle: pila portátil, audífonos, cables, papel higiénico, un sombrerito para evitar la asoleada, enseres de limpieza y hasta un paraguas en época de lluvias.
Supuse que con la puesta en marcha de los camiones especiales habría respeto de algunos hombres por la designación de vehículos para mujeres ante el alarmante aumento de denuncias por violencia, desapariciones o feminicidios, pero no ha sido así.
Nada ha cambiado con el Trasnsporte Violeta
La puesta en marcha del Transporte Violeta fue encabezada por la gobernadora, Evelyn Salgado Pineda, el 20 de septiembre pasado en Chilpancingo, ciudad donde también hay denuncias de que se permite subir y viajar a los hombres en ellos.
En Acapulco, los hombres que subieron una vez que yo lo hice, buscaban asientos libres para viajar y, cuando los tenían, no miraron que una anciana o una madre cargando a su bebé batallaron en el trayecto, no se les ocurrió que sufrirían menos ante los jaloneos del vehículo si les cedían el asiento.
El día de la cacería del camión, más bien de fotografías para exhibir a los hombres que viajaban en él, mi viaje fue relativamente corto. Me quedé en la glorieta de La Diana, en la zona Dorada. Ahí alcancé a mirar que en un camión de la ruta alimentadora del Acabús, un supervisor, empleado del gobierno estatal, impedía que los hombres subieran.
También vi que en las redes sociales de la Comisión Técnica del Transporte publicó en la mañana un reproche a quienes no respetaban la medida de exclusividad para las mujeres y los menores de 12 años.
A un mes de que la puesta en marcha de tales unidades, sólo uno de los dos camiones dirigidos a la zona Diamante mantienen el vinil color violeta pegado. El otro ya no lo lleva y sólo lleva cubierto el medallón. Lo mismo ocurre con los camiones de la colonia El Coloso, que atraviesan el Macro Túnel y van por el poblado La Sabana.
Esto, desde la primeras semanas y antes del informe de la gobernadora, por lo que sólo quedan los camiones del Acabús y únicamente “porque son del gobierno”, me dijeron mis amigos checadores de ruta.
Esta estrategia del gobierno estatal no ha cambiado. Nada.
Por fortuna tengo el carrito de nuevo y la reparación no requirió más tiempo. O sea que las cacerías posteriores, podrían ser desde el automóvil. Tampoco tendré que volver a ocuparme de vestir con recato y para no provocar miradas libidinosas, porque en el carrito nadie me mira las piernas, a menos que sea desde la ventanilla de algún camión que pase al lado.
Lamento mucho que la mayoría de las mujeres, madres, hijas, estudiantes, trabajadoras y niñas, cuiden lo que llevan puesto para así “no provocar” miradas lascivas o que algún grosero les diga algo en la calle.
Confío en que el período para alcanzar una sociedad en la que hombres y mujeres ocupemos espacios como iguales sea corto.
Mientras eso ocurre, haré lo que esté a mi alcance para cambiar lo que mantiene las desigualdades, para que mis sobrinas y sobrino vivan en una comunidad menos discriminatoria, que sea incluyente y más equitativa; y el arma que tengo para seguir, son las palabras.